martes, 6 de julio de 2010

De cuando tenía 18

Temporalmente Etéreos

Entre lo temporal y lo eterno se encuentra ella. Sentada en un columpio. Llorando ternura. Sudando tristeza. ¿Cuánto tiempo tarda una lagrima en caer? No tarda. Solo cae. Y ella puede volar. Ser aire y ser canción. Murmullo del viento que llega a sus oídos.

Él la mira, agazapado entre las ramas, consumiéndose en deseo. Siempre con una excusa para no ser feliz. No va con su imagen de niño inestable. Llora también. Ahora canta, despacio. La arrulla en silencio.

Los sonidos se mezclan. Todos en un solo aroma que adormece. Y cae la noche. Las sombras del miedo, que de día duermen, despiertan tenebrosas, palideciendo sus rostros. Haciéndolos huir del mágico jardín donde se contemplan.

Son dos niños asustados. No se dan cuenta que son ellos quienes crean las sombras. No pueden enfrentarse el uno al otro y deben refugiarse como pueden. Separados.

Ella no tiene miedo, tiene orgullo. Y él jamás pediría ayuda. No la necesita. Pero ninguno lo intenta. Prefieren esconderse. Les aterra equivocarse, defraudar al resto, o a ellos. Eso los mataría.

Confían tan poco en si mismos que prefieren rendirse antes de talvez no lograrlo. Correr toda la carrera y sentarse antes de llegar a ver como otros la ganan. Tiran siempre la toalla en la última recta. Ni hablar de un último esfuerzo. ¿Para qué si todo esta perdido? Si lo logran ahora tendrían que esforzarse siempre y eso no sería cómodo.

Pasa la noche. Despiertan al alba tras una gran pesadilla y todo vuelve a ser igual. De nuevo la magia del jardín. Las ramas, el columpio, el llanto y la música. Todo se repite. Una y mil veces. Ni temporales ni eternos. De día son: Temporalmente etéreos.

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