Todo estaba listo y fue un éxito.
Hubo desayuno de campeones para el Tiburón, avena, yogurt y huevo duro, pero él
casi ni lo tocó porque prefirió 5 minutitos más de sueño como todo pequeño. (En
la lonchera lleva pan con jamón y queso, jugo de maracuyá y una granadilla) Lo
vestí dormido. Lo cargué para despertarlo. Se tomó el yogurt, fue al baño y
pidió pichi y caca, solo hizo pichi, le volví a subir su calzoncillo de
entrenamiento. Bajamos muy contentos, sé tomó su foto oficial de primer día con
su uniforme, su mochila, su lonchera y su cara de sueño. Nos subimos a la
bicicleta, avanzamos cantando la canción de “los bravos corsarios, los más
valientes del vecindario” (la hemos inventado nosotros, ok, yo, él aun no
inventa nada, pero la canta conmigo) Llegamos a la puerta, muchas madres,
muchos niños. Lo recibieron sus misses, les dio la mano y se fue con ellas y
otros dos enanos rojiazules perdiéndose en el pasillo, casi ni volteo a
mirarme. Yo lo vi desaparecer, sentí subir intruso el nudo en la garganta que
venía con su llanto absurdo, pasé saliva y regresé aquella lágrima trapecista a
los adentros de mi ojo. Sí él no llora yo tampoco. Voltee hacia el tumulto de
madres, estaban comprando los buzos, intenté pedir uno y el desorden era tal
que no se pudo. Lo dejé para mañana. Me fui a buscar a mi hermana para darle el
carnet de recojo. Hoy y toda esta semana salen a las 12:00 y yo recién a la
1:30. Ya estoy en la oficina con el corazón contento. Nuestra meta desde hoy
que ya no tenemos el día partido es ordenarnos, consumir lo menos posible y
producir lo más que se pueda. #SomosMuyFelicesSiempre.
París no se acaba nunca (Enrique Vila-Matas)
Hace 2 semanas
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