viernes, 12 de febrero de 2010

Transito

Miró al día y le hizo una mueca. Venir con tanta de esa vulgar luz.

— ¡Atrevido! No todos te esperamos con ansias ¿Sabías?

La niña se enroscó en entre sus sabanas canturreando un tango.

— ¿Crees que me ganaras con tu insistente soberbia? No me agradas. ¡Te lo he dicho! Osar salir tan lleno de gente. ¿Cómo es posible? Yo me quedo aquí ¿Me entiendes? No salgo y ¡no salgo!

De pronto, un rayo rebotado en la ventana, cayó en sus ojos escondidos; poniéndola de un salto fuera con un nuevo grito entre los labios:

— ¡Los astros chiquititos son menos petulantes! —Prorrumpió ya enteramente despierta, molestísima por haber perdido—.

Suspiró para levantarse, y haciendo un esfuerzo por llegar a tierra, calzó sus zapatos de muñeca rota, y su bata de última princesa rusa en plena revolución bolchevique, cayó desde la percha lunar sobre sus hombros desnudos, impecablemente transparente. Ahora habría que librar otra batalla. ¿Qué hacer con las horas?

“Las ensuciaré con chocolate hasta convertirlas en noche” -pensó divertida-. Pero ya no le quedaban barritas.

Decidió tomar un baño de muerte. En su cuarto de baño la bañera era el Santo Grial. Y ya que su vestido era diáfano y descubrir sus pies le daba miedo por su necia condición levadiza, se metió con todo y todo en el cáliz de la vida.

Cuando despertó flotaba frente al espejo a pesar de los zapatos mojados.

— ¡Qué niña tan grande! -Se dijo al verse-. ¡Cómo pasan los años cuando una se queda desnuda!

La miraba del otro lado una joven mujer, y admirabanse mutuamente del hermoso único rostro que lucía sobre dos cuerpos ajenos, ahora invertidos.
La niña se tocaba, se reconocía.

— ¿Es qué acaso soy yo? —Le preguntó a su reflejo-.
— Sí -contestó, tornándose seria-. Ésta somos, y si no te vistes rápido vamos a perder el trabajo.

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