lunes, 22 de febrero de 2010

Reencuentros cercanos del tercer tipo

Estabas ahí, paradito en una esquina como emulando una canción de Shakira: “Te espero sentada en la esquina de siempre”. Era indudable que algo más fuerte que la casualidad nos había juntado en ese preciso momento. No tenías porque estar justo ahí, no hoy, justo a esa hora, después de tanto tiempo y tantas horas recorriendo las mismas calles, creyendo que hallarte de nuevo era imposible y sin que aguardara si quiera la remota posibilidad de un rencuentro feliz.
Pero esta vez te había llamado. Había vuelto al lugar donde comenzó todo, llevada por algún impulso paranormal de mi cuerpo. Esa no es mi ruta para correr en la mañana, pero llegué sin pensarlo pensando en ti. ¿Habías sido tú la fuerza invisible que me arrastró a ese lugar? ¿Sentiste tú también al verme, una hora después, que me habías atraído con la mente? ¿Fue como una reafirmación de una parte de ese, mi estúpido poema?...

“a veces me pregunto si tú también sueñas conmigo. A veces estoy segura…”

El paisaje era esquivo. No recordaba bien el punto exacto. Me acerqué incrédula después de tanto tiempo, creyendo que tal vez aquel mágico comienzo era algo inventado. Pero no, ahí estaba impreso entre las rocas el pasado de nuestros pasos, de nuestras primeras miradas, nuestras primeras locuras. De la primera vez que me ofreciste estar a mi lado mientras me aventaba de un risco. ¿Cuántos años han pasado? ¿12? Todos los instantes aparecían como si hubiera abierto un álbum de fotos susurrado por el mar contra las rocas.

Me fui añorándote, pensándote, concentrada en el ferviente deseo de volver a verte, feliz por haber recobrado una parte de mi historia que ya creía editada. Pero no pensé en recuperarte. Jamás creí que cuando regresara, la decisión de volver a alterar mi ruta me llevaría a encontrarte en esa esquina como una broma de mal gusto.

Te vi. Temblé. Reconocí la forma y las dimensiones de tu cuerpo antes de ver tu rostro y estoy segura de que tú ya me habías olido. Fue un momento muy tenso. Fingiste no verme igual que yo. Yo decidí no huir como lo tenía planeado y me anime a cruzar; segura de que el resto del día caminaría apenada después de confirmar que tú y yo ya no nos hablamos. Pero te me acercaste. Tú mismo, tú solo, con una pregunta tonta entre los labios:

-¿Todavía no te has muerto tú, oe?
-¿Y tú? ¿Todavía estás vivo? Repregunté mientras me acercabas el rostro para darme un beso en la mejilla.
- ¿Tienes un bate?
- Nop
- Ya estoy con la hora
- Yo también
- Nos vemos.

Y seguí avanzando sin poder creerlo. Una sonrisa invasiva me explotaba en el rostro, sintiendo que me mirabas, muriendo por voltear y recuperar ese instante. Sabiendo que había sido verdad, que había sido planeado. No por nosotros. Tú y yo somos unos necios. Es nuestra energía atrayéndose la que tarde o temprano converge en esa esquina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario